Culto, ofrenda y muerte en la época prehispánica

“Ha llegado la fiesta tradicional del Día de Finados, o ‘Los Muertos’, como comúnmente se llaman estos días de jolgorio”. José María Bradomín, cronista emérito de la ciudad de Oaxaca, abre con estas palabras su texto sobre una de las fiestas más esperadas del año.

 

En el mismo escrito, cuenta que no se trata de una celebración cualquiera, sino de una con un sello especial, por mantener el sentido religioso (producto de la conmemoración instituida en el siglo XII por parte de la iglesia Católica) y las prácticas indígenas de antaño.

 

En la época prehispánica había un día dedicado a los difuntos y “por singular coincidencia, correspondía casi a la misma fecha de nuestra celebración”, apunta el autor de Oaxaca en la tradición. Bradomín parece recoger las palabras del párroco José Antonio Gay, quien ya en su Historia de Oaxaca menciona que el culto a los muertos no terminaba en el sepulcro, pues seguía en un día especial para recibirlos:

“Se preparaban los indios matando gran cantidad de pavos y otras aves obtenidas de la caza, y disponiendo variedad de manjares, entre los que sobresalían en esta ocasión los tamales (petlaltamalli) y el mole o totomolli”, explica Gay, y agrega que las comidas se colocaban en una mesa o altar, como ofrenda a los muertos.

Pero la abundante ofrenda no es lo único que resalta en esta narración, también una especie de ritual que acompaña el recibimiento de quienes partieron a otro mundo. Al caer la noche y en torno a la mesa o altar, todos los miembros de la familia permanecían en vela, a la vez que oraban a sus dioses por salud y buenas cosechas.

“En toda la noche no se atrevían a levantar los ojos por temor de que si en el momento de hacerlo estaban acaso los muertos gustando aquellos manjares, quedarían afrentados y corridos, y pedirían para los vivos ejemplares castigos”, cita Pérez Gay.

 

El autor explica así los orígenes de las ofrendas actuales, unas que, como si siguieran las costumbres pasadas, se reparten, pues ya los “visitantes” han tomado de ellos la parte nutritiva, a la vez que los han vuelto sagrados con el hecho de tocarlos.

De estas ofrendas o “intercambio de muertos”, que antaño era muy frecuente ver por las calles de la Verde Antequera, la oaxaqueña Luz María González Esperón dice que han cambiado un poco, quizá por las condiciones económicas. Pero no por ello eran la oportunidad perfecta para agradecerse entre compadres, familias y amigos.

“Esta costumbre ha ido desapareciendo, aunque no totalmente, pues hay personas que, celosas de la tradición, realizan todavía este tipo de intercambio, limitando solo la cantidad de ofrendas”, expone en su libro La celebración de muertos en Oaxaca.

Lisbeth Mejía Reyes

Reportera en El Imparcial de Oaxaca, escribe sobre temas políticos y sociales de la ciudad de Oaxaca y el estado, además de los relacionados con las expresiones artísticas y culturales. Ha sido editora en la sección La Capital y los municipios. Estudió la licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad del Mar.

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