Por: Rusvel Rasgado
Para la comunidad católica, en el Domingo de Ramos se recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, y en Juchitán, es el día en el que igual se ríe, se canta y se llora a los muertos, conservando un singular sincretismo religioso.
Desde semanas atrás, las familias zapotecas acuden al panteón municipal que lleva el nombre de Domingo de Ramos, desde la pinta de las sepulturas, su limpieza y preparación para el día de la celebración.
Ya para el domingo de ramos, desde temprano las familias acuden al panteón a adornar las tumbas de sus difuntos.
Colocan flores de todo tipo, veladoras, una fotografía y hasta platillos típicos y bebidas, que en vida éste degustó.
En los pasillos, cientos de personas se abren paso con cubetas, flores, escobas, sillas, mesas y mucha comida, porque estarán todo el día y algunos hasta toda la noche.
Entre las tumbas, en el pasillo de la entrada principal, decenas de comerciantes expenden desde el tamal de iguana, las regañadas (buñuelos crujientes que se elaboran en Juchitán), aguas frescas y dulces típicos.
En las tumbas, la familia se reúne y se platican anécdotas del difunto o simplemente de cualquier tema del momento.
El domingo de ramos en Juchitán es una celebración ancestral y se convierte en un encuentro entre vivos y muertos.
De acuerdo con Tomás Chiñas, de la Fundación Tona Taati, el domingo de ramos en Juchitán conserva un singular sincretismo religioso, que surgió en la colonización española, ya que los misioneros católicos no lograron desaparecer en su totalidad la concepción religiosa de los pueblos originarios y se vieron obligados a tolerar dentro de los rituales cristianos, parte de los ritos y costumbres de los naturales.
El Domingo de Ramos congrega a miles de juchitecos en el panteón municipal.