“Muertitos”, compartir con los vivos y nuestros ancestros

La tradición de poner un altar el Día de Muertos sigue vigente en muchas familias, pero ya no es tan frecuente en las grandes ciudades.

Actualmente, la festividad es considerada por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y para los mexicanos es un símbolo de identidad nacional.

Esta tradición, puede encontrarse en otros países centroamericanos, así como en algunas comunidades de Estados Unidos donde hay una extensa población mexicana, destacó el Cronista de la ciudad de Oaxaca, Jorge Bueno Sánchez.

El 1 de noviembre es el día dedicado a los que murieron siendo niños y el día 2 a quienes murieron en edad adulta. También, el 28 de octubre se recibe a quienes murieron a causa de un accidente, mientras que el 30 de octubre, los que bajan con los vivos son los niños que murieron sin recibir bautizo.

Parte fundamental en esta celebración es la comida, pues lo mismo en los hogares como en los panteones, entre las tumbas y flores se disfruta y se comparte entre quienes recuerdan a sus muertos.

La pervivencia de esta tradición luego de la llegada de los colonizadores y el proceso de evangelización se explica en la fusión sincrética de la tradición mesoamericana con la católica.

Como tal, el Día de Muertos es un día de recogimiento y oración, pero también de fiesta. Se celebra la memoria y la presencia de los muertos familiares, que ese día regresan a casa para estar con sus parientes y para nutrirse de las ofrendas que se les han dedicado.

El mole, tamales, chocolate y el pan de muerto es un regalo para nuestros difuntos, pero también para quienes acuden a las casas a celebrar a los muertos.

Una versión sobre el origen de pedir calaverita, casa por casa, señala que esta tradición es de origen prehispánico. Nació con un niño macehual (que en lengua náhuatl se refería a la clase media de la sociedad, estaban debajo de los nobles y por encima de los pobres), quien quedó huérfano desde muy pequeño.

Al momento de recordar a sus difuntos y no tener comida para la ofrenda sale con la carita pintada a pedir su “calavera”.

Las personas que lo veían le daban pan, frutas, dulces o cualquier tipo de alimento para colocar la ofrenda a sus padres difuntos.

La tradición comenzó con los niños pidiendo calaverita con una calabaza o chilacayota con una cara esculpida y una vela en su interior.

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