Las fiestas para recordar a los muertos evocan al mictlán, la palabra de origen náhuatl que ha dado nombre a una de las poblaciones y zonas arqueológicas más importantes de Oaxaca: Mitla.
El sitio ceremonial, considerado el segundo en importancia de los zapotecas (luego de Monte Albán), guarda también la idea de que los difuntos han ido a otro mundo para descansar y habitar. Y del que han de volver año con año, en las celebraciones del 31 de octubre y del 1y 2 de noviembre.
Con su nombre, la zona arqueológica ubicada en los Valles Centrales, recuerda el respeto que se guarda por quienes han ido al “lugar o valle de los muertos” . A ese sitio que, aunque fue nombrado así por los mexicas , entre los zapotecos de la región se le denomina lyobáa. Es decir, el “lugar de descanso”, “sepultura”, “tumba”, “lugar abundante en cadáveres” o “cementerio” .
El centro ceremonial es una muestra del contacto y permanencia de dos tiempos. Un pasado prehispánico y un presente en forma de mestizaje, y que se observa en Todos Santos y Día de Muertos.
En la época prehispánica, señalaba el cronista emérito de Oaxaca de Juárez, José María Bradomín, los indígenas celebraban su “día de difuntos” . El autor de “Oaxaca en la tradición” se basaba en lo expuesto antes por el párroco e historiador José Antonio Gay , para explicar que tal celebración “correspondía casi a la misma fecha” que la de los católicos.
Así, en las fiestas actuales existe un sentido religioso y la permanencia de lo prehispánico.
El cronista ha señalado que la permanencia de lo prehispánico se observa en los altares de muertos. Y que para ello se siembran flores específicas o se ponen a secar algunas frutas que servirán para los dulces.
“Ese aspecto de las primitivas prácticas gentiles, llegado hasta nosotros, está de manifiesto en la ofrenda de comestibles a nuestros deudos y en la creencia de que éstos o el ánima de éstos nos hacen la consecuente visita de cortesía cada año”, refiere Bradomín.