La Noche de Rábanos surgió de la manera más simple: las amas de casa necesitadas de preparar la comida “de vigilia”, cuando en Oaxaca, por su lejanía ni siquiera se soñaba con productos fresquecitos del mar, solo pescado -tal vez robalo, quizá bacalao noruego, pero para casi todo el mundo, la modesta “lisa”, platillo también para los viernes de cuaresma junto con el humilde “topote”.
El Cronista de la Ciudad, Everardo Ramírez Bohórquez, cuenta que “aderezo indispensable de la ensalada eran los rábanos con su vivo color, mas otros varios productos de la Trinidad de las Huertas y Cuatro Caminos”.
En la Plaza de Cántaros, lo que hoy es Alameda de León, por la tarde del 23 de diciembre se instalaban los vendedores de todo para que “las abuelas fueran a escoger allí, sitio de encuentro con amistades y comadres, cuando no abundaban ocasiones para canjear noticias y los sabrosos comentarios de esta gran casa de vecindad que era nuestra capital”.
Fue así como se fincó la costumbre y se convirtió en paseo. Más tarde despertó la imaginación de los hortelanos que quisieron representar con rábanos más grandes y de más caprichos formas, diversas figuras, que lo mismo intentaban ser un ángel que un diablillo, un animalito doméstico o un vestigio.
Según registros de exposiciones de floricultura y horticultura, el primer certamen de Noche de Rábanos se llevó a cabo en 1897. Durante más de un siglo, los hortelanos han conservado, cultivado y mejorado este certamen donde se representan numerosas figuras talladas en rábanos, que destacan por su variedad de temas y formas.
A lo largo de los años se han convertido en verdaderos artistas, quienes con sus habilidades elaboran vírgenes, juegos de feria, jaripeos, iglesias, altares de muertos, el auditorio Guelaguetza con la fiesta en todo su apogeo, bustos de personajes célebres, las calendas, los nacimientos, los reyes magos, y muchas esculturas más, nacidas de la creatividad del artesano y de la forma y tamaño del rábano.
Ya entrada la noche, propios y extraños hacen fila para iniciar el recorrido alrededor del Zócalo donde se instalan los puestos con las creaciones singulares de animales, acontecimientos y personajes locales y nacionales.
Nunca faltan, la Virgen de la Soledad, patrona de los oaxaqueños, istmeñas rojas con blanco deambulan por el parque de un pueblo cualquiera, un Cristo que pende sobre su cruz, el danzante de la pluma con su penacho de enormes proporciones.
Tras un recorrido de calificación por parte de las autoridades encabezadas por el gobernador en turno, se otorgan premios económicos y diplomas para los participantes.
Después se une la gente que hace cola para admirar este singular evento en la capital oaxaqueña. La noche se cierra y la música suena alegre por todo el zócalo. Es la Noche de Rábanos.